The Atlantic es una de las fuentes en las que más confío a la hora de encontrar grandes escritos y reflexiones. Este no es una excepción.

"Algunos de estos desconcertantes avisos eran más difíciles de explicar. Por ejemplo, la aparición en mi página de Facebook, bajo el título "Gente que quizá conozcas", de un músico californiano con el que me había cruzado seis o siete veces en reuniones de AA en una casa particular. Siguiendo la costumbre de AA, nunca me dijo su apellido ni preguntó por el mío. Y por lo que yo sabía, sólo teníamos un amigo en común, un novelista mayor notablemente solitario que evitaba por completo los ordenadores. Investigué un poco en un foro de tecnología en línea y me enteré de que, al introducir mi número en la agenda de contactos de su smartphone (recopilar listas de teléfonos para utilizarlas en momentos de apuro es un ritual de AA), el músico probablemente había activado el programa que colocó su nombre completo y su foto en mi página... Cuando más tarde leí que Facebook, mediante un inteligente trabajo de detective informatizado, podía saber cuándo dos de sus usuarios se estaban enamorando, me pregunté si Google tendría poderes similares. Se me ocurrió que el motor de búsqueda podría saber más sobre mi inconsciente que yo mismo, lo que le permitiría no sólo predecir mi comportamiento, sino manipularlo. Perder la intimidad, perder el libre albedrío... Por esa misma época, me planteé cambiar mi póliza de seguro de coche. Me enteré de que Progressive ofrecía descuentos a algunos conductores que aceptaran equipar sus coches con un dispositivo de seguimiento llamado Snapshot. Me sorprendió que la gente aceptara este trato. El tiempo a solas en mi coche, sin ser observado ni molestado, era sagrado para mí, un acto de autocomunión, y estropearlo por dinero me parecía herético. Compartí esta opinión con un amigo. "No veo cuál es el problema", me contestó. "¿Hay algo que hagas en tu coche de lo que no estés orgulloso? Francamente, pareces un poco paranoico".

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