• Si hay algo que demuestra nuestra creciente articulación colectiva como especie es que a la gente le importan sobre todo los demás: lo que piensan, hacen, creen, temen, odian, aman, ríen... y lo que podemos hacer juntos.
• Esto es algo asombroso, desconcertante, delicioso: la la multitud en la nube se convierte en una corriente de conciencia compartida
• Pensamos en nosotros mismos como mentes individuales y racionales, y describimos nuestras relaciones con la tecnología sobre esta base.
• Nuestras máquinas aún no son mentes, pero están adoptando cada vez más atributos que solíamos considerar únicamente humanos: razón, acción, reacción, lenguaje, lógica, adaptación, aprendizaje. Con razón, con miedo, con vacilación, empezamos a preguntarnos qué consecuencias transformadoras traerá esta última extensión y usurpación.
• Gran parte de los mejores trabajos recientes en economía, psicología y neurociencia han destacado el grado en que no podemos disociarnos en capacidades distintasen cajas maquinales de memoria, procesamiento y salida diferenciados.
• Lo que hace que todo esto sea tan urgente es la naturaleza brutalmente darwiniana de la evolución tecnológica. Puede que nuestras máquinas no estén vivas, pero las presiones evolutivas que las rodean son tan intensas como en la naturaleza, y con pocas de sus limitaciones. Están en juego ingentes cantidades de dinero, y las empresas y los gobiernos compiten por construir sistemas más rápidos, más eficientes y más eficaces, para mantener el ritmo de los ciclos de actualización de los consumidores. Quedarse rezagado, negarse a automatizar o adoptar, es no tener competencia.
• Eliminar a las personas de todos los circuitos para garantizar la velocidad, los beneficios, la protección o el éxito militar es un mal modelo para el futuro.

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