Capítulo 3

En 2010, acuñé la frase "las personas antes conocidas como consumidores"; para ellos, la digitalización suele significar bienes más baratos y una disponibilidad ampliamente mejorada. Esto suele ser positivo, pero, por otra parte, unos productos más baratos también pueden significar menos puestos de trabajo y salarios más bajos. Un ejemplo es la digitalización de la movilidad con Uber y sus rivales en todo el mundo, como Lyft, Gett y Ola Cabs en la India. Ahora podemos pedir un taxi a través de una aplicación en nuestro smartphone, y a menudo será más barato que el de la competencia. Pero, ¿funcionará esta economía para los taxistas a largo plazo, o nos dirigimos hacia una "economía del trabajo" darwiniana, una situación en la que todos trabajamos en una multitud de trabajos autónomos relativamente mal pagados en lugar de empleos regulares?

Independientemente de los retos sociales, la rápida digitalización, automatización y virtualización de nuestro mundo son probablemente inevitables. En la práctica, el ritmo puede verse limitado en ocasiones por leyes físicas fundamentales, como las necesidades energéticas de los superordenadores o el tamaño mínimo viable de un chip informático, a menudo citadas como la razón por la que la Ley de Moore no prevalecerá para siempre. Este supuesto de penetración continua y generalizada de la tecnología apunta hacia un futuro en el que lo que no pueda digitalizarse y/o automatizarse (véase Automatización de la sociedad, capítulo 4) podría llegar a ser extremadamente valioso. Como ya se dijo en el capítulo 2, estos androritmos captan cualidades humanas esenciales como las emociones, la compasión, la ética, la felicidad y la creatividad.

Aunque los algoritmos, el software y la inteligencia artificial (IA) se "comerán el mundo" cada vez más (como le gusta decir al inversor de capital riesgo Marc Andreessen), debemos dar el mismo valor a los androritmos, esas cosas que nos hacen únicamente humanos...

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